Contra la imposición que representan el peso de las convenciones y las tradiciones, el modelo clásico o la marca conocida, se levanta el contagioso atractivo de la moda. Seguir las tendencias en cultura e imagen, o en costumbres morales y hábitos de consumo, significa un irreprimible anhelo en el narcisista mostrarse de la Masa para concretar su aceptación social y su sentido de la pertenencia.

Reflexiono sobre la diferencia entre la conveniencia por ciertas novedades y el esnobismo. Entre lo nuevo como mejora social, sin pose ni apenas artificio, y las indigestas ruedas de molino con las que nos quiere hacer comulgar la sociedad de consumo.

Con la novedad crecemos, ganamos en pragmatismo, mientras que las modas, sus diferentes formas y estallidos, sus canales y manifestaciones son incompatibles con la expresión de lo práctico. Las modas proyectan su banal arquitectura en el mero territorio de la apariencia.

Con la costumbre de la añagaza comercial de las rebajas de temporada en los grandes almacenes, la inauguración de nuevas ferias expositivas y nuevos locales para el ocio, la presentación de supuestos nuevos talentos literarios en las campañas de marketing de algunas editoriales, el lanzamiento por todos lados de productos tecnológicos no siempre necesarios, la ruleta de la moda tiene las maneras de una selva llena de trampas, el carácter de un espejismo con el aroma de la oportunidad.

La moda pura, la moda a secas, opone su carácter caníbal a las maneras sosegada e inteligente de la novedad. Consumimos moda pero, a su vez, esta nos consume a nosotros.

La moda es un producto fabricado deliberadamente para ser consumido, secreción de la sociedad de consumo inyectada en el mercado para animarlo y, al mismo tiempo, lo más prescindible de él. Y el mercado en un mecanismo diseñado y habilitado para recibir la moda en forma de productos culturales, tecnología, propuestas de ocio o estéticas prestas a incorporarse a la imagen personal de cada cual.

Y ocurre que mientras la moda se esfuma como el humo de una hoguera de futilidad, la novedad se apuntala y echa raíces, nos ofrece un paradigma cool, explayarnos en la renovación como mejoría, evitando caer irremediablemente en un pozo en el que esnobismo y papanatismo mezclan sus aguas. La novedad se deja usar. Su pretensión no es una ocurrencia caprichosa sino que manifiesta querer ser útil.

El mundo es el mismo y nunca lo mismo pues la novedad con su propuesta de cambio construye otro mundo cada vez. Y ese otro mundo que hace, con nuevos valores, ideologías, tribus urbanas, productos de consumo, fenómenos sociales y hábitos, nos infunde la certeza de vivir otro tiempo, otra ocasión para la felicidad.