Una naturaleza mutable
El hombre y su singularidad se manifiestan de muchas formas distintas: meridianas, oscuras, genéticas o ambientales, racionales o sentimentales, malvadas o bondadosas, con grandeza o miseria, de manera espuria o desinteresada. Con este repertorio de múltiples facetas nadie puede arriesgarse hoy día a elaborar una reflexión que sintetice la naturaleza del hombre en una realidad. De manifestar poliédrica su singularidad se ha encargado la moderna psicología pero podríamos retrotraernos muchos siglos atrás con
la reveladora intención de descubrir de forma diáfana esa inequívoca verdad en los clásicos de la literatura.
Pero no hay siquiera una inamovible aunque contradictoria naturaleza. Toda realidad es mutabilidad, transformación. Toda biografía es camino de transición. Todo retrato es devenir, un organismo transido de movimiento, dispuesto sobre el territorio de la evolución, que convierte su aparente perfil de quietud en un relato de pura movilidad.
Nos manifestamos incoherentemente, contradictoriamente. El hombre se reinventa de forma inconsciente. Se reinventa resquebrajando y recomponiendo su inimitable, ilógica y, por tanto, maravillosa naturaleza. Nos transformamos, evolucionamos y nos mimetizamos invariablemente en el signo de la realidad, también multiforme y compleja.
Todo hombre posee esta mutable condición de crisálida que marca su sino, que nos va relatando, que va relatando su naturaleza esencial y, como si eclosionara su ninfa, va formando una nueva faceta y mostrándola al fin.