El ocaso de la excelencia
Creíamos que el éxito era una cosa y que la excelencia otra y nos encontramos en que la Masa dirigida por las campañas de publicidad los confunde. Pero por mucho éxito comercial que puedan tener o por muchas cualidades que una falaz publicidad se empeñe en inventar para mostrarlos como productos culturales de una incuestionable calidad semejante a la que tienen los grandes títulos de la literatura, los filmes clásicos o demás grandes obras del espíritu humano, no se ha podido conquistar la fortaleza en que los popes de la excelencia se han refugiado para soportar el auge impertinente de la muy actual tendencia que convierte en basura de consumo desde la literatura hasta la comida; y desde el arte hasta el matrimonio.
Ahora, esos popes de la excelencia y sus adláteres tendrán que atrincherarse más que aún en su fortaleza y cavar zanjas en su redor para hacer soportable el cada vez más poderoso asedio y evitarse así reconocer que los productos de consumo cultural se devalúan cada vez más hacia el detrito de lo paupérrimo y desde la relevancia cultural y espiritual hasta la mera consumición.
Por donde se mire se puede ver muestras de este derrumbe cultural, su reducción a mero producto de consumo en detrimento de su calidad: se exponen en los estantes y mesas de las librerías numerosas muestras de obras pseudofilosóficas o pseudoliterarias; se promociona y publicita una oferta musical light -en Jazz y música clásica- con pretensiones de música verdaderamente culta; y se proyectan en las salas de cine filmes vacíos de todo contenido sustancioso para ser deglutidos acríticamente -como si se tratara de un fast food cultural- por una masa conformista sin más referencia vital y cultural que la diversión. Una alta cultura devenida en una cultura popular de lo fácil y lo inmediato, lo accesible y lo depreciado, lo pervertido por el comercio y sin más criterio de calidad que el éxito comercial. Un sistema cultural industrializado y de mercado donde prevalece lo rebajado, la promoción de lo meramente entretenido y lo no arriesgado. La exigencia de esfuerzo consustancial a los productos de la alta jerarquía cultural -antiguas baluartes de la excelencia- se sustituyen por el subproducto evasivo como placer consumista y que, en ocasiones, bajo la pátina de lo elitista esconde las maneras de lo insignificante.