Un momento de felicidad da paso a otro de infelicidad, como si transcurriera el ciclo planetario de días y noches en el transcurso de nuestras vidas. Tan inevitable la luz como la sombra.

Pero las personas queremos creer que la felicidad se puede generar forzando su formación con determinadas acciones, a la manera que estimulamos el placer para que surja. Pero sepan que ese empeño es ingenuo: nada hace tan infeliz como pretender ser felices a toda costa. La felicidad es una emoción tan inaprehensible que solo podemos crearla por una aproximación engañosa, un espejismo emocional. Uno se pone a buscarla y solo logra frustrarse más, reafirmar su resbaladiza condición. Es decir, apuntalar la desdicha, y nada más.

La felicidad es, en realidad, algo muy distinto a una oportunidad que se ocasiona. Es un fruto recóndito, precioso, como el talento, que toma formas múltiples y se escurre como un cochinillo aceitado que se resiste al apresamiento. Cuando la poseemos (ocurre varias veces en la vida a casi todas las personas), no siempre tenemos conciencia de ella. Pero la felicidad decae, se esfuma, se va apagando lentamente, como una vela atrapada en una urna de cristal por la falta de oxígeno. Es entonces cuando tenemos conciencia de que la poseíamos. La felicidad no se puede observar con solo abrir los ojos o encender la luz; ni se palpa en el ambiente; ni se maneja como una batidora. Podemos vislumbrarla en un rostro penetrado por luz hospitalaria, donde la generosidad y el optimismo resplandecen y donde, algo mucho mejor, el dolor rebota. Pero también podemos figurarla a través de esas chispas de la inteligencia humana , tantas veces portadoras de belleza, que son las palabras. ¡Cuántos versos fueron escritos por poetas que eran felices! La poesía, un hallazgo humano que nos sublima como especie y nos muestra en lo mejor que tenemos, y en lo más profundo que podemos llegar a ser y ante al cual los filósofos se inclinan de embelesamiento y admiración.

Sí, la felicidad como algo recóndito, resbaladizo, sabroso y etéreo. La felicidad como espíritu del bosque de las ilusiones, deidad que se oculta, seductora ninfa altanera que nunca se regala, y que con su cruel indiferencia, asaeta nuestra alma.