Alrededor de la mesa de una cafetería, en un encuentro casual en la calle, en una hora libre entre dos clases universitarias, ante el televisor o la pantalla de ordenador, en la sobremesa de una comida de negocios o a la puerta de una iglesia tras la misa, antes o después, se da el cotilleo. El morbo, la incultura, el gusto por la información baladí son los elementos con que rellenamos los huecos de una vida insatisfactoria, vacía de experiencias gratificantes; infectada por la suciedad verbal del cotilleo: el grado más tolerable y socialmente aceptado de bajeza.

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