La cultura es -en la época vulgar y superficial que nos ha tocado vivir- un elemento notable en la imagen personal que se luce en sociedad. Es decir, las personas en posesión de una cultivada formación producen en la Masa un fascinador aprecio o una acomplejada envidia y en sus poseedores el placer de manifestar en público un ilustre estilo de personalidad, de calidad mental, de originalidad, de distinción en las formas y de brillantez, al alzar y dilatar la vida en una suerte de ejercicio de enriquecimiento intelectual.

En una época pretérita, no hace demasiado tiempo, época atrasada anterior a nuestra sociedad de consumo, época de desescolarización y mucho analfabetismo, de escasas bibliotecas y museos, de precarias tecnologías y mayor papanatismo popular, el sujeto culto aparecía ante la embobada ignorancia de muchos como un ser dotado de un inalcanzable don o como si se tratara de un miembro de una élite encumbrada, de una privilegiada y aristocrática clase social o, por el contrario, aparecía ante la arrogante imbecilidad de otros como un rara avis, una especie de disminuido social al que se le descalificaba diciendo: “¡Bah, es un intelectual!”.

La posesión de cultura por algunos mostraba un enfrentamiento entre riqueza e indigencia mental que, desgraciadamente, no ha perdido su vigencia pese a que la Masa -siempre aborregada frente al televisor e intelectualmente satisfecha en el consumo de cultura popular- haya ido incorporándose al mundo universitario y a medida que la sociedad de bienestar ha permitido la igualación de oportunidades en la adquisición de cultura. Hoy día, como antaño, pese a la democratización de la cultura y de la enseñanza y sin pronóstico de enmienda, se sigue ninguneando los grandes nombres de la excelencia cultural y artística y se sigue sin practicar mayoritariamente el hábito de la lectura. Puede hasta darse el caso de que se pueda conseguir licenciaturas universitarias sin el requisito o la exigencia de leer un libro completo en toda la carrera.

Leer, escribir, pensar, discutir intelectualmente no causa perjuicio de ningún tipo en el discurrir vital. Por el contrario, las personas que buscan formarse, los estudiosos e inquietos intelectualmente dan muestras de una atractiva y singularizada imagen y pueden hacer alarde de su capacidad intelectiva, de su lucidez mental y de su estrenada capacidad de argumentar y razonar sus opiniones ideológicas o no, sentimientos, pensamientos y percepción del mundo.