Todo pasa, los ciclos geológicos, las estrellas, los imperios, los sistemas políticos, el ciclo de nuestras vidas.

Todo lo que existe, perece. Nada perdura para siempre. Si alguien fuera capaz de evitar caer en ese océano de la historia al que estamos destinados y vislumbrara desde la orilla lo que se depositó a lo largo del tiempo en sus fondos abisales, asistiría al gran espectáculo de la existencia. La implacable marea ha ido devorando durante milenios cordilleras que parecían invencibles, especies animales que impusieron su despótica presencia en la tierra, ciencias ya olvidadas, el alma de los guerreros que soñaron con conquistar el mundo, civilizaciones tragadas por las arenas de los desiertos y que desaparecieron junto a sus leyes, castas, ingenios, cosmogonías y secretos. También en esos fondos abisales está depositada la belleza de mujeres que enloquecieron a los hombres de su tiempo y que ya nadie recuerda o sistemas filosóficos durante siglos vigentes que ya nadie practica.

Hace ya mucho tiempo que en los abismos de ese océano se depositó consumida la certeza de un Dios o la pretensión de encontrar el sentido a la vida. El indiferente oleaje ha devorado templos de mármol., bibliotecas antiquísimas consumidas por incendios, las ambiciones de Julio César, la duda de Descartes, guerras perdidas en la historia, antiguos cultos que adoraron a dioses que parecían eternos.

Pero se dan casos en que lo que uno divisa desde la orilla vuelve al presente traído con la marea desde las tinieblas de los fondos del océano de lo acontecido. Entre el oleaje, cuya revuelta espuma confunde el análisis de los historiadores, reaparece el hombre y su naturaleza, sus antiguos deseos, ambiciones y delirios. Los sátrapas de la antigüedad personificados en los actuales, las mismas injusticias, las mismas guerras que perpetúan el signo criminal del hombre.

En esas reapariciones nos descubrimos con desasosiego a nosotros mismos. El océano de la historia regurgita mezclado lo que fuimos y aún somos y nos podemos ver repitiéndonos, a lo largo del tiempo, en nuestras pulsiones más primarias.

Todo pasa. Los imperios. Los sistemas. El ciclo de nuestras vidas. Todo muere y resucita. Instalados en el presente de la orilla nos encontramos en el punto de partida.