De la gloria se hablaba desde antiguo hasta hace algún tiempo, quizás, con tono pomposo y pedante, como se habla de lo que se considera muy valioso. Ahora, sin embargo, la gloria ha caído en una suerte de coma irreversible, en un insuperable cuestionamiento por la sociedad como por sus antiguos y más pertinaces propagadores del oficio de las letras y ha quedado cercada por el materialismo de hoy, por el fin de los valores heredados del mundo antiguo que no tienen prolongación en nuestro mundo utilitario y mercantilista.

Así se da que esa vieja moribunda, la gloria, sobrevive entre la indiferencia y el olvido, entre el prosaísmo y el ninguneo, consolando pese a su fragilidad a sus pocos numerosos nostálgicos.

El éxito comercial o de crítica y la fama o su malformación mediática: el estrellato, han dado al traste con su hegemonía y antiguo prestigio. Así el aforismo certero del gran filósofo ha sido sustituido por la ocurrencia graciosa del botarate de turno que triunfa en televisión; la arrogancia de los escritores que aspiraban a suceder a los clásicos ha sido sustituida por la avidez de conseguir un best seller que conquiste el mercado editorial; y el ejemplo pío del santo ha sido sustituido por la ególatra exhibición del altruista que hace saber de sus generosidad en los mass media.

La gloria se nos impone ya como un proyecto vacío de contenido por la búsqueda de inmediatez. Si alguna vez la creímos eterna es porque se trata de los más perdurable de lo que es humano y finito al mismo tiempo. Ansiar la gloria ha dejado de se la ambición suprema y única que espoleaba el quehacer humano y se presenta, hoy día, como una pretensión ridícula por grandilocuente y trasnochada. Trasnochada y, también, inútil viendo como se desarrolla en la nueva sociedad de consumo la creación de reputaciones que no se basan en el mérito sino en ejemplos vulgares de mediocridad. Una mediocridad que se propaga entre la necedad social y que se admira con la simpleza pueril de asiduo televidente.

En cualquier ámbito profesional, la gloria no ocupa el lugar preponderante que motivó el quehacer de nuestros antepasados y se silencia e ignora su antiguo dominio como aspiración cultural primera.

Por lo general, los que alcanzaron la gloria, resultan extraños a la Masa, ajenos a su vivir cotidiano, a su prosaico existir, su rutinario vivir repleto de insignificancias que nada tienen que ver con la gloria. Esta afirmación de la nadería que es el vivir sin una aspiración suprema conlleva la imposibilidad de percibirla en su grandeza y de concederle el valor de su incontestable importancia y significación.

Carente para la sociedad de valor real y de reconocimiento verdadero nada parece más superfluo que la gloria, pero, sin embargo, no hay todavía aspiración humana que la pueda superar. Durante siglos perpetuó hacia el Olimpo de lo honorable una ingente pléyade de personalidades que se elevaron hacia lo egregio y excelente y que, aún hoy, tiempos de crisis para la gloria y pese a su ninguneo social perdura en el núcleo de la memoria gracias a los libros y gracias a sus albaceas culturales. Por ello muchos de los que alcanzaron la gloria siguen siendo los mojones sobresalientes en el horizonte cultural de los que destacan por su ignorancia, que es, a fin de cuentas, la prueba razonable de haber conquistado una parcela de gloria. Ya decía J.A.Barbey D´Aurevilly: “Ventajas de la gloria: disfrutar de un nombre que anda en boca de los necios.”