La arrogancia del estúpido
Probablemente no hay arrogancia mayor, ni más benigna, que la arrogancia del inteligente, pero no pocas personas se empeñan en todo lo contrario, en condenar y descalificar las obras del conocimiento, en argumentar y justificar que el consumo baladí de subproductos culturales se iguala a la plena realización de la democracia, al rechazo de lo caduco y constreñido y al surgimiento de una rebeldía intelectual.
Sin embargo, no hay despropósito mayor, ni arrogancia más estúpida y desnutrida que cuando la ausencia de esfuerzo o de exigencia intelectual situan al estúpido bajo el listón de sus capacidades y malogra por su falta de curiosidad o de hábito, por sus prejuicios, desinterés o irracional aversión de las personas prácticas hacia los productos culturales excelsos, una posible victoria personal en distinción, suficiencia cultural y crecimiento intelectual; y no hay objetivo superior ni arrogancia más justificada que cuando se da la elección de los sustancioso de un producto cultural elevado que logra engarzar a la persona en un proyecto vital más enriquecedor.
Las personas que más se distinguen no son las que tienen más poder adquisitivo, sino aquellas que se cubren con lo más selecto culturalmente y artisticamente completo, en belleza y profundidad. Esta persona, además, se realiza a sí misma en un ejercicio personal de autoelevación. La persona que más brilla es aquella que sabe y procura conocer mejor la realidad, sin importar cuál sea su condición social.
La manera en que el estúpido apologeta de la banalidad se jacta de no exigirse absolutamente nada, de no leer libros, y de consumir productos basura, se origina quizás en el ridículo ejercicio de lo grotesco que constituye la justificación de sus deficiencias y limitación intelectual. Ya se sabe: nada de verdad inteligente es realmente fácil y todo lo muy interesante se aleja corriendo del entretenimiento vacuo.
Pero, en fin, nada nos arrebata más intensamente la atención que aquello que nos rebaja y nada nos seduce con más fuerza que la estupidez que no nos obliga.