El único motivo real en el minucioso cultivo de la propia imagen pública de tantos y tantos es nuestra socializadora pretensión de participar en el juego de las apariencias. Sólo con la deconstrucción de este elaborado artificio de calculados rasgos tenemos acceso a observar el lado oculto de las personas. El individuo, mientras actúa como ente social, mientras convive en sociedad, se enmascara en el personaje que dibuja en el perímetro de su mismidad, de su mismo ser social. El individuo, actúa, se muestra, interpreta con precisión su papel y en esa interpretación es difícil precisar su identidad personal verdadera.

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