Querido Hijo:

El día que me veas mayor y ya no sea yo, ten paciencia e intenta entenderme.

Cuando, comiendo, me ensucie; cuando no pueda vestirme: ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándotelo.

Si, cuando hablo contigo, repito las mismas cosas, mil y una veces, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, a la hora de dormir, te tuve que explicar mil y una veces el mismo cuento hasta que te entraba el sueño.

No me avergüences cuando no quiera ducharme, ni me riñas. Recuerda cuando tenía que perseguirte y las mil excusas que inventaba para que quisieras bañarte.

Cuando veas mi ignorancia sobre las nuevas tecnologías, te pido que me des el tiempo necesario y no me mires con tu sonrisa burlona…

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