Probablemente no hay arrogancia mayor, ni más benigna, que la arrogancia del inteligente, pero no pocas personas se empeñan en todo lo contrario, en condenar y descalificar las obras del conocimiento, en argumentar y justificar que el consumo baladí de subproductos culturales se iguala a la plena realización de la democracia, al rechazo de lo caduco y constreñido y al surgimiento de una rebeldía intelectual.

Sin embargo, no hay despropósito mayor, ni arrogancia más estúpida y desnutrida que cuando la ausencia de esfuerzo o de exigencia intelectual situan al estúpido bajo el listón de sus capacidades y malogra por su falta de curiosidad o de hábito, por sus prejuicios, desinterés o irracional aversión de las personas prácticas hacia los productos culturales excelsos, una posible victoria personal en distinción, suficiencia cultural y crecimiento intelectual; y no hay objetivo superior ni arrogancia más justificada que cuando se da la elección de los sustancioso de un producto cultural elevado que logra engarzar a la persona en un proyecto vital más enriquecedor. (más…)