Curiosamente, mientras nos dolemos por una situación de ausencia de valores en el actual almacén moral de la sociedad, su escaparate ofrece, más que nunca, un repleto surtido de modelos de comportamientos y productos éticos al gusto del consumidor y del sentido estético con el que cultiva su propia imagen y dibuja el retrato de representaciones con el que se expone a los demás. No faltan valores, sino que sobran. En el puzle moral de actuaciones que configura el rostro de nuestra sociedad, por numerosos que sean, los huecos se hallan convenientemente ocupados como para poder ya considerarlo un mecanismo tan completamente estudiado y finalizado que imposibilita poder retocarlo más.

La sensación de falta de valores no procede, pues, de su ausencia misma sino de la irrevocable perdida de los antiguos aniquilados por la apabullante aparición de los nuevos. Esta sensación de falta hace referencia a la perdida de representación social de a creencia en una entidad supraterrenal sancionadora (cristianismo) y, a la vez, de la disipación de la también escatológica fe en la historia y su búsqueda de una sociedad mejor (marxismo).

Los variados focos de apoyatura ética de la sociedad confirman un amplio abanico de opciones: desde el ecologismo o el animalismo hasta el apadrinamiento de niños del tercer mundo; y desde el hedonismo como expresión existencial hasta el rescate de monumentos ruinosos. No es, por tanto, la ausencia de valores sino los contenidos de esos nuevos valores del abanico los que mostrando déficit de la espiritualidad y del sentido utópico de los antiguos pueden crear el espejismo de su ausencia.

En cuanto a la Masa, se manifiesta cada vez más individualizada. Cuanto mayor es su tamaño más enconada es la pretensión del individuo por singularizarse, olvidado ya su gregarismo de rebaño, espiritual e ideológico, reemplazado ahora por el original uso de la nueva escala en valores y comportamientos.