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Entradas de Shakespeare

Últimos estertores de la gloria

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De la gloria se hablaba desde antiguo hasta hace algún tiempo, quizás, con tono pomposo y pedante, como se habla de lo que se considera muy valioso. Ahora, sin embargo, la gloria ha caído en una suerte de coma irreversible, en un insuperable cuestionamiento por la sociedad como por sus antiguos y más pertinaces propagadores del oficio de las letras y ha quedado cercada por el materialismo de hoy, por el fin de los valores heredados del mundo antiguo que no tienen prolongación en nuestro mundo utilitario y mercantilista.

Así se da que esa vieja moribunda, la gloria, sobrevive entre la indiferencia y el olvido, entre el prosaísmo y el ninguneo, consolando pese a su fragilidad a sus pocos numerosos nostálgicos.

El éxito comercial o de crítica y la fama o su malformación mediática: el estrellato, han dado al traste con su hegemonía y antiguo prestigio. Así el aforismo certero del gran filósofo ha sido sustituido por la ocurrencia graciosa del botarate de turno que triunfa en televisión; la arrogancia de los escritores que aspiraban a suceder a los clásicos ha sido sustituida por la avidez de conseguir un best seller que conquiste el mercado editorial; y el ejemplo pío del santo ha sido sustituido por la ególatra exhibición del altruista que hace saber de sus generosidad en los mass media.

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El triunfo de la fama

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Una nueva religión unida a un indiscriminado afán lucrativo ha venido a copar la mente de muchos jóvenes. Tan extendido se presenta esta religión que se ha constituido en aspiración vital máxima de una ingente falange de practicantes de la ambición que cuando la alcanzan consideran su vida anterior como un injusto y sufrido tránsito a su vida auténtica, su nueva realidad mediática. Ejemplos sobrados de esta excrecencia del mundo de las comunicaciones se encuentra entre los personajillos surgidos, por ejemplo, en los distintos reality-shows televisivos. La implantación de esta fe popular, introducida aparatosamente en la actualidad social el siglo XXI invierte la estructura de valores que sostuvieron y dieron corpus ético a la antigua y desaparecida sociedad heredada por Occidente desde el final del Imperio romano. esta religión de lo inmediato, lo materialista, lo banal y lo vulgar ha trastocado las relaciones entre mérito y éxito y entre valor y precio y ha propiciado el intercambio de las antiguamente prestigiosas públicas por el personaje mediático.

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Humanidad

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La capacidad de arrepentirse se halla incrustada en lo más hondo de nuestra alma, es más, este rasgo es el que mejor confirma nuestra grandeza, nuestra excepcional cualidad de seres humanos. El sentimiento de culpa es una emoción muy bien aceptada porque queremos creer en el hombre como sujeto social que acepta el imperio de las normas morales sobre sobre sus pulsiones básicas.

Me arrepiento luego soy hombre. En determinadas tesituras solo hay estas dos opciones: reconocer con valiente nobleza, con sincera autocrítica la falta cometida, la transgresión a nuestra excelsa humanidad, o practicar el cinismo, esconderse, escudarse tras una pantalla de rebuscadas argumentaciones para justificar la falta. En el ejercicio del libre albedrío cada cual puede escoger la forma de comportarse. Aunque la mayoría de las personas tienen fantasías violentas (no se sientan culpables por ello), el asesinato -y pese a las preocupantes cifras que da la prensa sobre muertes por violencia machista- es una anomalía muy minoritaria en el comportamiento humano: elegimos ser pacíficos; aunque muchísimos cargos públicos cuentan con la posibilidad de echar mano del dinero que les toca gestionar la mayor parte de ellos nunca lo hace: eligen la honradez; y aunque las oportunidades de conseguir una relación fuera de la pareja abundan, muchas personas no la aprovechan: se elige la fidelidad.

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El boom de la apariencia

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¿Puede ser que una persona llegada a la senectud deje de tener el mismo valor que tuvo cuando aún era joven? Y, ¿puede realmente su alma volverse a sentir joven?

Puede que ocurran ambas cosas teniendo en cuenta los valores actuales donde la belleza y la imagen de la juventud se han constituido en el bien en el bien supremo y envidiado y donde se ha dado como consecuencia un boom de la oferta de las formas de embellecimiento y mejoramiento del atractivo físico. La apariencia juvenil ha acabado colocándose entre los valores imperantes y suprimiendo con su imposición el antiguo y moribundo prestigio de una experimentada y sabia vejez.

Toda persona que alcanza la vejez se adentra en una indiferencia y en un ninguneo de radical implantación social por mor de la subida a los altares de lo joven como fin vital y no como etapa de transición y superación.

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A la hoguera del mercado

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El mercadeo obsceno, la búsqueda de lo último, lo mediocre, la falta de profundidad, el afán de lucro y la creación de falsas reputaciones. Todos estos rasgos en mezcolanza abonan el antaño

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prestigioso campo del arte. Esta podría ser la era del fin del arte que tantos predijeron. Porque el arte ha olvidado su antigua función de elevar los espíritus y su valor es hoy sólo aquel que fija su precio en la galería.

De igual forma que se negocia con la propia dignidad o se vende la propia privacidad en programas televisivos de testimonio, el artista comercializa su pretendido talento a la vez que se degradan los rasgos que encumbraron su valía social. Hoy los objetos artísticos son solo meros productos mercantiles más y su precio su verdadero valor. Aficionados al arte y filisteos, críticos y coleccionistas habitan el mismo ámbito, un ámbito levantado alrededor de la hoguera del mercado donde arden los antiguos ideales del arte vanguardista y su proyecto utópico. Nada se puede hacer contra esta comercialización del espíritu que señala nuestra época, sentencia nuestro futuro y nos instala en una inmediatez materialista y banal.

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SOBRE EL COTILLEO

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Alrededor de la mesa de una cafetería, en un encuentro casual en la calle, en una hora libre entre dos clases universitarias, ante el televisor o la pantalla de ordenador, en la sobremesa de una comida de negocios o a la puerta de una iglesia tras la misa, antes o después, se da el cotilleo. El morbo, la incultura, el gusto por la información baladí son los elementos con que rellenamos los huecos de una vida insatisfactoria, vacía de experiencias gratificantes; infectada por la suciedad verbal del cotilleo: el grado más tolerable y socialmente aceptado de bajeza.

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EL APOGEO DE LA VULGARIDAD

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A mediados del siglo pasado se dio en Occidente como consecuencia del eclosionante fenómeno de la subcultura Rock un cambio en los comportamientos y maneras de expresión de la identidad juvenil. Este cambio -imbuido en una ola de intencionada pero vana rebeldía- supuso una subversión de la esfera del gusto dominante y, hasta entonces, exclusivo. Un gusto basado en los parámetros de discreción, elegancia y coherencia.

Este vuelco del gusto y del buen tono hacia la expresión de una vulgaridad estridente y superflua se ha dado a la vez que un cambio de valores y, también, del proceso de idiotización social acontecido durante la segunda mitad del siglo pasado. Su intención rupturista puede hallar un precedente en como los movimientos de vanguardia de principios de siglo XX aniquilaran los conceptos de buen gusto y belleza heredados de la tradición artística anterior.

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LA PROMESA DEL HEDONISMO

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Los gobiernos y otras autoridades menores se empeñan con su periódicas campañas de promoción en que los visitantes de un país visiten museos y abandonen los bares, vean menos TV y lean libros, dejen de fumar y practiquen algún deporte o moderen el consumo de alcohol y otras drogas y, en definitiva, ocupen su tiempo de ocio con hábitos saludables y enriquecedores. Pero, sin embargo, las prácticas insanas y empobrecedoras han sido asimiladas -en nuestra contemporánea sociedad de consumo- por gran parte de la población como una forma de vida y seña de identidad. Se pueden hacer muchos usos positivos del propio ocio pero es imposible imaginar a esa gran parte de la población aprovechándolo en su beneficio, al menos, mientras se lo permita la salud. Ocio y hedonismo, hedonismo y ocio, van juntos, tanto en las predilecciones como en los valores del ciudadano como en los datos sociológicos y económicos de consumo y empleo.

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POR UNA MORAL SUPERIOR

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Es posible que no haya moral superior que la moral del estricto. La moral es una frontera áurea que separa su territorio del relajamiento y la falta de conciencia. Pero cabe destacar que hablo de una ética civil y no de una moral basada en lo sobrenatural, en una autoridad esclavizante; ni tampoco hablo de una moral que cambia en función de lo que dicta una nueva mayoría social -como son los apologetas de lo políticamente correcto-, sino de una moral de la autoexigencia primera, una ética individual cimentada sobre valores comunes, sustanciada en las costumbres, que florezca basándose en conceptos de lo que está bien o mal que se impone la necesidad demostrar que son insobornables contra las propuestas cínicas de los que se amparan en la libertad y el individualismo mal entendido y en su propia ética, privada y exclusiva.

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El alzamiento de lo hortera

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Anteriormente ser considerado hortera era casi un estigma social. El hortera era un extravagante. Incluso repelía a través de una imagen que obligaba al rechazo. En cambio, ahora, es imposible hallar una práctica estética más aceptada para representar el espíritu de nuestro tiempo. Frente al placer del decoro, la procacidad del Kitsch; bajo el templo de la alta cultura, la cloaca inferior de la vulgaridad; frente al tino de la discreción, el horror del mal gusto.

La estridencia y su masificación son hoy síntoma doloroso de una perdida. Frente a la época en que la aspiración general era pasar desapercibido, se da ahora el momento en que se anhela remarcar una propia identidad tuneándose el cuerpo. Cualquier decoro se halla hoy cerca de la acusación de anticuado y alejado de la idea de modelo estético, más próximo a lo ridículo que nunca teniendo en cuenta la transformación e inversión de este concepto en los últimos tiempos.

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